Los indicios eran claros: la mirada vacía,
en el hueco de sus ojos, el mechón de fuego, caído sobre los hombros,
desnudos. Una noche de invierno era más
caliente que su piel…
El detective se mordió los labios inferiores,
y, algo morboso, pasó su dedo índice, suavemente, sobre la mano muerta.
Nadie estuvo en la calle, nadie, detrás de
un árbol, nadie espió. Ninguna ventana estaba levantada, ningún niño curioso,
en el patio de su casa…
No había cámaras, en los postes. La policía
no patrulló, esa noche, esa calle. Ni un negocio abierto. Ningún auto, debajo
del arco de árboles frondosos, circulando, a esa hora.
El detective dijo una sola palabra:
- “Adiós”.
Y lo escuchó el loco que dormía- todas las
noches, menos ésa- detrás de los contenedores de basura.
15-10-2019
GABRIELA COCCHI DE SANTIS

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