miércoles, 17 de junio de 2020

Las luciérnagas


MATEO


Mateo observó las luces que brillaban en el cielo. Le parecieron tan bonitas que, una noche, tomó un buen puñado de ellas y las puso en un frasco.

-Mi chiquito, se van a morir, ahí, encerradas- le aconsejó su mamá.

-No, mami. Las estrellas no se mueren.

         La joven madre lo miró, pensativamente y con ternura.

-Bueno- dijo- Hasta mañana, hijo.

         El pequeño Mateo no podía dormir, mirando cómo se movían sus estrellas, adentro del vidrio. Pero, sin darse cuenta, cerró sus ojitos.

         A la mañana siguiente, despertó, ansioso por ver brillar sus estrellas. Sólo encontró, en el frasco, un puñado de bichitos que no se movían.

         Asombrado y casi llorando, llamó a su mamá.

- ¿Qué les pasó a mis estrellas? ¿Se fueron al cielo? Yo no puse esos bichitos, ahí.

         La mamá suspiró y se sentó en la cama, con él, mientras limpiaba, con amor, las lagrimitas de su hijo.

-Mateo: las estrellas no pueden bajar del cielo. Encerraste algunas luciérnagas. Son bichitos que nos regalan su brillo, en las noches de verano, porque creen que son estrellas. Y, así como ellas se confundieron, vos también. Esos bichitos ya no viven. Pero, tal vez, estén brillando, esta noche, en el cielo.

         El niño la escuchaba, sin distraerse. De pronto, como si hubiera comprendido, dijo, abrazando a su madre:

-¡Yo quiero que sigan brillando! No voy a cazar más estrellas. ¡Las voy a dejar vivir!

         La joven mamá acarició sus cabellos castaños, y le contestó:

-¿Sabés por qué se llaman luciérnagas? Porque son luces.  Y me alegro mucho, hijo, de que hoy hayas aprendido esto.

         Mateo, aún abrazado a su madre, frunció el ceño, sólo un segundo. Y apretó, aún más fuerte, a su mamá.


                                                                                                                                                             27/12/2015

                                   

              GABRIELA COCCHI DE SANTIS


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