LA PECERA 

La señora estaba sentada, con el espíritu oculto, en la
pecera. Dos, cuatro, seis, siete y ocho. Uno, negro. El pez negro de la gran
pecera. Sentada, a su lado, le parece familiar.
De pronto, no
lo ve. Sigue sorbiendo el té, mientras escribe el cuento de una señora,
sentada, con el espíritu oculto, en la pecera, que ve un pez negro que ya no
ve.
Ahora, lo
distingue. Ahora, ve al médico, al enfermero, a la chica detrás de la caja,
cobrándole el café y la medialuna, al señor de remera naranja y mochila. Ahora,
recuerda que está esperando en la Guardia de la Sarmiento. Abajo, en la
confitería.
El pez se le
acerca, pero ella ya no lo ve. Sólo ve las sombras de los peces que se mueven,
reflejadas, en su mesita, al otro lado del té.
Por fin, la
atiende el médico. Ella no puede hablar, sus cuerdas vocales pretenden soltar
el sonido. El médico de ambo negro, le pide que abra la boca. Ella lo mira a los
ojos, mientras, obedece. Él no habla.
Le dice que no
es más que una faringitis. Le indica análisis, de todos modos. “Otra hora más”,
piensa ella.
-Vuelva cuando tenga los resultados.
En el
laboratorio, no hay nadie, esperando. Sólo ella. Le toman la muestra y vuelve a
la confitería. Pide un té, con limón, y vuelve a sentarse, junto a la pecera. Y
el pez negro no está.
Saca la
libreta y sigue escribiendo el cuento de la señora. Pero ve al médico que la
atendió, sentarse en la otra mesa. El médico de ambo negro.
Sigue
escribiendo y él se le acerca, curioso. Le pregunta qué escribe.
-Un cuento.
- ¿Y de qué trata?
Algo incómoda,
le dice que escribe acerca de una señora y de un pez negro. Él la mira,
profundamente, esperando que le cuente más.
-Todavía no lo terminé.
El médico de
ambo negro se había traído su café.
- ¿Y cómo termina?
Ella se ruboriza.
-No sé, todavía.
-Bueno, hay un pez negro, pero ¿por qué?
-No sé. Sólo pensé en eso.
Las sombras de
la pecera están inquietas.
La señora que
escribe el cuento de la señora sentada, con el espíritu oculto en la pecera, está nerviosa. No entiende por qué el médico no se va. ¿No tiene que atender
pacientes?
-No- dice él. –Ya terminé mi guardia, por hoy.
Ella abre los
ojos y se queda mirándolo, con un asombro que se parece al miedo. No creyó
haber hablado en voz alta. Trata de dejar su mente en blanco.
- ¿Por qué? -le pregunta él.
- ¿Por qué? ¿qué? –pregunta ella, a su vez.
- ¿Por qué puso su mente en blanco?
Las sombras de
la pecera se confunden con las de sus manos, que lleva a su frente, a su
garganta… no puede gritar. No puede dejar de escribir.
-Quiero que termine este cuento –. Él la increpa, sin
violencia. Sólo sigue mirando su lapicera, que no deja de escribir.
-Ya está. –Se lo da a leer.
“El pez negro
vuelve a aparecer, en la pecera. El médico se esfuma… llevándose las hojas de
este cuento.
GABRIELA COCCHI DE SANTIS
No hay comentarios:
Publicar un comentario