Coincidencia
Muchas ideas dieron vuelta, en su cabeza, ese día: la salud de un ser querido, el perdón, el extrañar... Había estado cantando, en voz baja (podía molestar a los demás, hospedados allí), "Anhelo", de Guastavino. Y "Recuérdame", la canción que tanto le gustaba a su nietito de 4 años, de la película "Coco". Se arregló, extrañó algunas cosas, que se llevó en su mochila a prueba de tristezas, y se encaminó al salón comedor.
Miró todas las mesas, llenas de gente del hotel y de público de la calle. Y donde le resultó más dócil y manejable, se sentó. Le gustaban los respaldos acolchonados, con almohadones, con esa mesita sola, para mirar, a través del vidrio, correr a todo el mundo, con las manos llenas de todo tipo de cosas: helados, papas fritas, bolsas con recuerdos, niños pequeños, que todo querían tocar... Las luces navideñas, aún presentes en la cornisa de la casona de enfrente, intermitentes, le llamaron la atención. Cuando se tranquilizó, es decir, cuando pudo ver al señor sentado, a su lado, frente a ella, lo saludó, y enseguida llegó la moza con la carta:
-No hace falta- le dijo-. ¿Podrías decirme qué es "empanada champi", por favor? Lo vi escrito en la cartilla, esta mañana.
-Son empanadas de champiñones, con cebolla y muzzarella- explicó la chica, extrañada por la pregunta.
-¿Me podrías traer tres, por favor?
La moza se fue, con la orden, a la cocina.
-¿Sabe?- se dirigió a ella el señor, sentado al lado de su mesita- Yo me preguntaba lo mismo.
Catalina sonrió. Otra moza le llevó, al señor, una gran milanesa con papas fritas, que éste, enseguida, probó.
-Mmmm... ¡esto está muy seco!- mientras miraba, de reojo, las empanadas de su vecina.
La vecina volvió a sonreír.
-¿Quiere probar?- le ofrecía una de las tres.
-No, querida, por favor. Te agradezco. Pero, si sabía, me pedía eso... que parece estar muy bueno- y es que Catalina ya había cortado una empanada con el cuchillo. Eran muy grandes y jugosas. Sabrosísimas. Miraba al hombre con gentileza y soltura. Pensaba en él como en su padre, que ya había muerto. Pero más elegante, éste, y pintón, para su edad...
-Decime, ¿no te aburrís, sola? ¿Viniste sola?
-Vine sola, sí. Y no. No me aburro. Me encanta Colón. Hacía tiempo que no venía pero ya lo estaba extrañando.
-Pero...-tres mozas estaban alrededor del interlocutor de la mujer, tratando de conformarlo, de mimarlo, ya que el plato no había sido de su agrado- ¿Qué hacés para no aburrirte? Yo también estoy solo, pero me quedo poco tiempo.
-¿Vino por trabajo? ¿O por placer?
-Por trabajo. Soy vendedor de productos veterinarios. No me recibí de veterinario, por unas materias, el último año, que no quise terminar. Y como acá saben eso, me llaman para las dos cosas: vendo y curo animales.
-Si lo llaman, ¿de dónde viene? Por el acento, es de ...Capital, de Buenos Aires.
-Sí. Soy porteño, che. ¿Tanto se me nota?- satisfecho, por entablar conversación con la vecina de mesa.
-Es que yo también soy de Buenos Aires. Pero de provincia. Y voy seguido a capital.
El señor se sentó más erguido. No comía. Sólo bebía de una gran copa, un vino tinto que nuestra protagonista juzgó ser caro.
-Voy y vengo. Son pocas horas de viaje. Pero me quedo sólo unos días. Decime...¿qué edad tenés?
A Catalina casi se le atraganta un champiñón, por la simpatía que le produjo la conversación y la observación del caballero. Se dio cuenta del rumbo que iba a tomar la charla.
-50.
-Sos jovencita. No parece que tuvieras esa edad. Es que tus ojos dicen mucho...- sonrió, de ninguna manera, insolente, el hombre.
Ella no pudo contener una carcajada muy baja, reconociendo que estaban rodeados de gente, que los miraba, curiosamente.
-¿Y usted? ¿Qué edad tiene?
-72.
-¡Ah, como mi mamá!- tan ligera, espontánea y risueña que él no se pudo ofender.
-Entonces... ¡presentame a tu mamá!- respondió, enseguida, riendo.
-Usted me preguntaba si no me aburría.-se contuvo, ella- Yo nunca me aburro, acá. Hay mucho para ver, la gente es conversadora, y, como verá, a mí me gusta hablar. Ya ve. Ahora, estoy hablando con usted.
-¿Y estás en este hotel? ¿Mañana a qué hora bajás a desayunar?
Catalina aspiró, entre divertida y desconcertada:
-No sé. Dicen que mañana llueve, y si es así...
-Bueno, pero a desayunar vas a bajar, ¿no?
-A lo mejor, sí. Si no, desayunaré por ahí.
-Me estás dando la vuelta...- el señor se rió de la circunstancia que no le dejaba más que quedarse con las ganas de volver a charlar con ella.
-Nadie va a salir, si llueve. Además, aproveche, si mejora el tiempo, después, y vaya para el río.
-Sólo si me acompañás. No me gusta ir solo.- esperó la respuesta.
Ella rió, con la cabeza sumergida, en su plato, ya con poca comida, pero que estiraba y estiraba, con tal de dar por terminada, en algún momento, la conversación.
-Mañana vengo a las nueve y media y te espero. Si tengo suerte, te veo.
Catalina sonrió, con una inclinación de cabeza. Levantó la mirada, para saludarlo. La charla había estado entretenida, la comida, muy buena. Y no quería despedirse, fríamente.
-¡Qué ojos pícaros! Lo dicen todo. No hay problema, linda. A lo mejor te vea mañana, y si no, que pases unos lindos días. Yo te espero.- se inclinó, a modo de saludo (un beso hubiera sido desubicado) y se fue.
La mujer lo vio irse, contenta, por todo, y llamó a la moza.
-¿Me recomendarías un postre rico?
GABRIELA COCCHI DE SANTIS
-¿Me podrías traer tres, por favor?
La moza se fue, con la orden, a la cocina.
-¿Sabe?- se dirigió a ella el señor, sentado al lado de su mesita- Yo me preguntaba lo mismo.
Catalina sonrió. Otra moza le llevó, al señor, una gran milanesa con papas fritas, que éste, enseguida, probó.
-Mmmm... ¡esto está muy seco!- mientras miraba, de reojo, las empanadas de su vecina.
La vecina volvió a sonreír.
-¿Quiere probar?- le ofrecía una de las tres.
-No, querida, por favor. Te agradezco. Pero, si sabía, me pedía eso... que parece estar muy bueno- y es que Catalina ya había cortado una empanada con el cuchillo. Eran muy grandes y jugosas. Sabrosísimas. Miraba al hombre con gentileza y soltura. Pensaba en él como en su padre, que ya había muerto. Pero más elegante, éste, y pintón, para su edad...
-Decime, ¿no te aburrís, sola? ¿Viniste sola?
-Vine sola, sí. Y no. No me aburro. Me encanta Colón. Hacía tiempo que no venía pero ya lo estaba extrañando.
-Pero...-tres mozas estaban alrededor del interlocutor de la mujer, tratando de conformarlo, de mimarlo, ya que el plato no había sido de su agrado- ¿Qué hacés para no aburrirte? Yo también estoy solo, pero me quedo poco tiempo.
-¿Vino por trabajo? ¿O por placer?
-Por trabajo. Soy vendedor de productos veterinarios. No me recibí de veterinario, por unas materias, el último año, que no quise terminar. Y como acá saben eso, me llaman para las dos cosas: vendo y curo animales.
-Si lo llaman, ¿de dónde viene? Por el acento, es de ...Capital, de Buenos Aires.
-Sí. Soy porteño, che. ¿Tanto se me nota?- satisfecho, por entablar conversación con la vecina de mesa.
-Es que yo también soy de Buenos Aires. Pero de provincia. Y voy seguido a capital.
El señor se sentó más erguido. No comía. Sólo bebía de una gran copa, un vino tinto que nuestra protagonista juzgó ser caro.
-Voy y vengo. Son pocas horas de viaje. Pero me quedo sólo unos días. Decime...¿qué edad tenés?
A Catalina casi se le atraganta un champiñón, por la simpatía que le produjo la conversación y la observación del caballero. Se dio cuenta del rumbo que iba a tomar la charla.
-50.
-Sos jovencita. No parece que tuvieras esa edad. Es que tus ojos dicen mucho...- sonrió, de ninguna manera, insolente, el hombre.
Ella no pudo contener una carcajada muy baja, reconociendo que estaban rodeados de gente, que los miraba, curiosamente.
-¿Y usted? ¿Qué edad tiene?
-72.
-¡Ah, como mi mamá!- tan ligera, espontánea y risueña que él no se pudo ofender.
-Entonces... ¡presentame a tu mamá!- respondió, enseguida, riendo.
-Usted me preguntaba si no me aburría.-se contuvo, ella- Yo nunca me aburro, acá. Hay mucho para ver, la gente es conversadora, y, como verá, a mí me gusta hablar. Ya ve. Ahora, estoy hablando con usted.
-¿Y estás en este hotel? ¿Mañana a qué hora bajás a desayunar?
Catalina aspiró, entre divertida y desconcertada:
-No sé. Dicen que mañana llueve, y si es así...
-Bueno, pero a desayunar vas a bajar, ¿no?
-A lo mejor, sí. Si no, desayunaré por ahí.
-Me estás dando la vuelta...- el señor se rió de la circunstancia que no le dejaba más que quedarse con las ganas de volver a charlar con ella.
-Nadie va a salir, si llueve. Además, aproveche, si mejora el tiempo, después, y vaya para el río.
-Sólo si me acompañás. No me gusta ir solo.- esperó la respuesta.
Ella rió, con la cabeza sumergida, en su plato, ya con poca comida, pero que estiraba y estiraba, con tal de dar por terminada, en algún momento, la conversación.
-Mañana vengo a las nueve y media y te espero. Si tengo suerte, te veo.
Catalina sonrió, con una inclinación de cabeza. Levantó la mirada, para saludarlo. La charla había estado entretenida, la comida, muy buena. Y no quería despedirse, fríamente.
-¡Qué ojos pícaros! Lo dicen todo. No hay problema, linda. A lo mejor te vea mañana, y si no, que pases unos lindos días. Yo te espero.- se inclinó, a modo de saludo (un beso hubiera sido desubicado) y se fue.
La mujer lo vio irse, contenta, por todo, y llamó a la moza.
-¿Me recomendarías un postre rico?
GABRIELA COCCHI DE SANTIS

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