Por los altos peldaños de piedra rústica, la niebla, apenas iniciada, escalaba y escalaba la roca dura, cercada por los contornos de caracol que subían, que ascendían, como suben y ascienden todos los castillos, hacia una altura indecible. Espesa, densa, de blanca oscuridad maravillosa, rápidamente, se elevaba hasta el último descanso, donde encontraba la puerta de madera, de roble oscuro y gastado, con clavos de oro, anchos como el ojo de un cuervo. Alta, se detenía y esperaba, como si supiera lo que había del otro lado.
La princesa, que ya no podía dormir, se acercaba a la puerta y apoyaba, trémula, su rostro, en ella. La habían educado los libros de la biblioteca, todos de cuentos de princesas y de príncipes que las rescataban, de lo alto de una torre de piedra rústica, con clavos de oro anchos como el ojo de un cuervo. Se suponía que debía estar acostada y dormida, en una cama de sábanas de seda blanca. Se presumía que debía ser una jovencita de belleza sin igual. Decían los libros que un hombre joven, se la llevaría de allí, se casaría con ella y...
Todas las noches, se removía, entre las telas delicadas que cubrían su cuerpo, tras lo cual, el cuerpo desnudo comenzaba a mojarse. Eso no figuraba en ninguno de los libros que había leído. Como, tampoco, describían la incertidumbre que, al pasar los años, despertaría en ella al no ser encontrada por nadie.
Comenzó a acercarse, una de esas noches, a la pesada puerta, que podía abrir, si así lo quería. Pero, el temor no la dejaba más que tratar de escuchar e imaginar lo que sucedía, del otro lado. Tampoco podía escapar de allí, ya que la ventana era muy pequeña. Los barrotes de oro, ya estaban un poco opacos. Un hada se encargaba de traerle el alimento, todos los días, así que, de eso, no debía preocuparse. Pero, más de una vez, quiso saltar, desde allí, sólo para ver qué haría fuera del castillo.
Soñó, una madrugada, con un... con algo que la envolvía, que la cobijaba, que la abrazaba, que la protegía y la enamoraba. Como nunca vio a un hombre, sino, los dibujos de ellos, en los libros, creía que podían adoptar cualquier otra forma. Y, al correr los años, la piel, tersa, durante su juventud, empezó a mostrar pequeñas arrugas. Era extraño. Esa mano fue la que vio esa noche, cuando pegó su rostro a la puerta. Esa noche, decidió abrir la puerta. ¡Estaba tan sola! Eso de los pájaros que le hablarían y le cantarían, desde su ventana, no fue lo que vio. Nunca estuvieron, ahí.
La niebla, densa y alta, no avanzó. Ella se desconcertó. Entonces, dejó abierta la habitación, para ver qué sucedía. Y se acostó. Pero, esperó tanto que se durmió. En sueños, la niebla se le presentó, sin hablarle, pero ella entendió. Y se amaron. Al llegar el día, se despertó, tapada con su sábana de seda blanca.
La noche siguiente, repitió lo mismo. Los ojos se le caían de sueño, como hacía tantas noches, no le pasaba. Volvió a soñar con la densa y blanca oscuridad. Se despertó y buscó en todos los libros de la biblioteca. Nada podía explicarle lo que le estaba ocurriendo.
Comprendió que debía salir del castillo. Que la única manera de escapar de esa soledad que le arrugaba el cuerpo y el espíritu, era buscar esa unión de amor que ya no podía olvidar. Encontró una manera: dormida, le pidió a su amado que le quitara las rejas a la ventana. Y le contó su plan.
Cuando la luna se volvió redonda, muy redonda y brillante, las rejas habían desaparecido. Se arrojó. Y, en la caída, la niebla la envolvió para que no sintiera nada más.
Las rocas del río la recibieron, sin lastimar su cuerpo, pero su corazón y su espíritu se habían adherido a la niebla. Todas las noches, y hasta que salía el sol, que se llevaba el vapor del agua, la princesa era amada y amaba, sin seguir las reglas de los cuentos de princesas y de castillos.
Todos conocen la Maldición de la princesa, porque piensan que saltó, en un intento desesperado por escapar. Pero, ustedes y yo sabemos la verdad. Guardaremos el secreto, hasta el fin de los tiempos.
26-06-2021
GABRIELA COCCHI DE SANTIS

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