Veinte minutos estuve mirando
cómo la lluvia golpeaba, insensible, los vidrios del coche negro que se alejaba
ya del cementerio, con su lentitud de sepulcro recién llorado.
No me había fijado en la
pareja que, silenciosamente, avanzaba por el sector que yo custodiaba.
-¡Linda tarde para pasear por el cementerio!- bromeé, fijando en sus
ojos desteñidos mi sonrisa amigable.
Se miraron un segundo y
volvieron a mirarme.
-Es que nosotros venimos de un cementerio.
Y girando sobre mis pasos, me
alejé como pude, antes de que un escalofrío de tumba me abrazara por la
espalda.
G.C.D.S.

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